lunes, 31 de octubre de 2016

Qué es el lacrosse

Me parece que el lacrosse no es muy conocido en España, pero en Estados Unidos y Canadá se practica bastante.

El origen de este deporte se atribuye a los nativos americanos, ya se practicaba en el siglo XI, y, a juzgar por el ingente número de participantes, variaba entre los 100 y los 1000, no cabe duda de que merece llamarse un deporte de equipo.

Su práctica no se debía a un único motivo, aunque las razones religiosas, iniciáticas o simplemente de índole recreativa eran las que tenían mayor presencia. Las apuestas muchas veces eran parte del juego.

Nunca he tenido ocasión de practicarlo, pero sí he tenido ocasión de ver a algunos de mis exalumnos universitarios en acción, y debo decir que me pareció muy rápido. Creo recordar que las jugadoras no llevaban ningún tipo de protección, como mucho una especie de gafas de buceo y unos guantes. En cambio ellos iban pertrechados hasta las orejas.

Su práctica requiere un bastón alargado que remata en una red de cabeza triangular y que tiene cierto parecido a las raquetas para la nieve de hace décadas. El bastoncito varía en longitud dependiendo de la posición que ocupe el jugador. Solía hacerse a partir de madera de pacana, una especie de nogal, pero desde 1970 se puede jugar con uno sintético. En la canastilla que forma la red caerá una bola de caucho que pesa unos 140 gramos y tiene un diámetro de unos 6, 4 centímetros. Normalmente la bola es blanca.

En el lacrosse moderno suelen enfrentarse diez jugadores por equipo, y el objetivo es introducir la pelota de goma en la portería contraria. El nombre del deporte es francés, debido a la presencia francesa en Canadá. La primera mención vino de la mano del misionero jesuita Jean de Brébeuf, cuando en 1636 deja por escrito la práctica de este deporte en la tribu de los hurones.

Curiosidad: El hockey sobre hielo y el lacrosse son considerados los deportes nacionales de Canadá. Uno de invierno y el otro de verano, claro.  

Atrumpados

Atrumpados. Parece el título de una película de miedo de tinte cómico pero no lo es.

Paul Ryan, el presidente de la Cámara de Representantes no puede ver a Trump, pero su ideología está por encima de cualquier odio o rencilla que pueda albergar su corazón.

Ryan se ha propuesto quitarse del medio al tándem Pelosi-Hillary. Y se ha propuesto emprender esta tarea, porque, seguramente, no confía mucho en su líder. Como siempre, el tema de los dineros, en especial los impuestos y el Obamacare, es la piedra que sustenta sus esperanzas para movilizar al electorado contra las medidas demócratas.

Como la captación de votos es tremendamente visual, Ryan ha arengado a los suyos para que compren esos preciados minutos de publicidad televisiva. Siguiendo sus directrices, ya se han echado a la calle, dispuestos a conservar el eterno punto muerto que incapacita al presidente a tomar decisiones. En Trey Hollingsworth, jovencísimo empresario que se presenta por Indiana, Ryan ha encontrado a su mejor discípulo. Bueno, mejor dicho en papuchi, pues es él el que está soltando la mosca financiando los anuncios de su hijo Trey a través de un Super PAC o Comité de acción política.

Algunos consideran que esta reticencia a cooperar es antiamericana y que roza la traición, independientemente de la ideología del presidente electo. Otros la apoyan, indicando que la presencia de un posible punto muerto por algo está. Para limitar el poder y obligar a debatir.

Totalmente de acuerdo. Ahora bien, que estamos y estaremos atrumpados es innegable.

viernes, 28 de octubre de 2016

Kit de inglés 14: Trick or Treat

Con Halloween encima, hoy traigo una expresión asociada a la festividad. Se trata de trick or treat, literalmente truco o trato, aunque a veces la he visto como dulce o travesura o truco o convite. Su pronunciación no es muy complicada. Aquí dejo mi versión: trik or triiiiiiit. Hay que intentar que la t final de treat apenas se oiga.

Por las películas sabemos que es la frase que los niños dicen cuando van de puerta en puerta, normalmente disfrazados de superhéroes, esqueletos, duendes, fantasmas o zombis, pidiendo caramelos la tarde del 31 de octubre.

Según David J. Skal, esta actividad comenzó en los años 20 como una manera para protegerse contra el vandalismo de los pedigüeños, que no se tomaban muy a bien la negativa de irse con las manos vacías y se comportaban con medios extorsionadores que The Reno Evening Gazette en 1938 equiparó a los de la Mafia. Por el mismo periódico también sabemos que, a veces, las bromitas de la chiquillada eran recibidas a tiros. Fue al finalizar la Segunda Guerra Mundial cuando esta actividad cuajó definitivamente.

Curiosidad: en algunas zonas de los estados de Iowa, Massachusetts, Wisconsin, Ohio, New Hampshire, Vermont y Nueva York, las celebraciones de Halloween ocupan dos días del calendario, el 30 y el 31 de octubre: Beggars' Night, La Noche de los Mendigos y el mismo Halloween. En Nueva Jersey a la noche anterior a Halloween se la llama Mischief Night (Noche de Travesuras) o Goosey Night (Noche para hacer el ganso).

miércoles, 26 de octubre de 2016

Estados Unidos, ¿indemne a la burocracia?

Hace unos días que me llegó la tarjeta que me identifica como votante para estas elecciones. Y debo reconocer que siento una mezcla de alivio y desilusión.

Desilusión porque se me ha caído un mito. El mito de que la burocracia en Estados Unidos es indolora. Sí, muy a mi pesar, se ha unido a la pesada maquinaria española.

El trámite para adquirir la nacionalidad estadounidense, apenas perceptible, me cubrió de un velo reverencial por el funcionariado americano. Pero el proceso para conseguir la tarjeta de votante lo ha dejado hecho trizas. Quizás fuera porque los burócratas operaban a distinta escala, federal y estatal, o simplemente se debiera a que el biorritmo del empleado que tenía que estampar el sello autorizando mi inscripción estuviera por los suelos.

Allá por enero, cuando me expidieron el carné de conducir en Nueva Jersey, solicité que me incluyeran como votante, pero la tarjeta de confirmación nunca llegó. Harta de esperar y confiando en que el proceso no debía ser muy engorroso, rellené otra solicitud, un sobrecito con sello previamente franqueado que pedí en la biblioteca local, y que, cuando estuvo listo, metí en el buzón. Esto fue el viernes 7 de octubre, el plazo de admisión acababa el 18, un poco justo, lo admito.

Al cabo de una semana, me llegó una carta firmada por el superintendente de las elecciones, notificándome que se me había denegado la inscripción porque, he aquí el absurdo, en mi firma solo aparecía uno de mis dos apellidos. Si quería votar no tenía más remedio que firmar con los dos.

Lógicamente, además del enfado por la cercanía de la fecha, el motivo me pareció que era un intento por quitarme del mapa. ¿Mi hispanidad? ¿Le habría resultado ofensiva? ¿Habría hecho lo mismo con un Picasso aduciendo que su firma era un churro, o con la del mismísimo presidente Obama a la que algunos se han atrevido a ver como un gran falo?

Al final me di cuenta de que estaba concediendo a este personaje una capacidad maquiavélica de la que carecía. Y sí, voy a votar.

Deportes nada recomendables: segunda parte

Pero el rechazo que siento hacia la cacería me temo que no alcanza al deporte más radical de mi lista: no se trata del rebozo por el lodo mientras se intenta dar de puñetazos al contrincante. Tampoco es lanzarse al vacío vestido de Batman. No.

Para practicar esta actividad no se requiere ninguna habilidad mental, pero sí un importante desembolso. Unos 500 dólares para comenzar. Hay que trucar el motor de la camioneta para que estrangule el tiro de las dos chimeneas, una a cada lado, que esta práctica suele requerir. Pero esa inversión se queda corta si la comparamos con la cantidad de diésel que el animal reclama cada vez que llena sus horas muertas. Y es que para estos deportistas no hay nada como humear al que dé muestras de ser progre.

Este deporte se juega por parejas, aunque uno de sus miembros está a la fuerza. También se requiere que el dueño del furgón, para eso pone el material, disfrute como un enano a costa del otro. Estos atletas también dan prioridad a los adversarios que tengan un utilitario híbrido o eléctrico, sintiendo especial debilidad por el Toyota Prius. Si la conductora es mujer, preferentemente mayor, a bordo de un Toyota, entonces habrá hecho las delicias de estos campeones. Un último requisito. El conductor debe ser republicano y el reacio compañero de equipo, como mínimo, demócrata.

Aunque esta práctica conocida como rolling coal, rodar carbón, no es de ahora, ha cobrado un nuevo impulso bajo la era Obama, y es en las zonas rurales donde he notado que existe una mayor afición por la fumigación, aunque su sucia estela se está propagando alarmantemente.

Para respaldar la pasión que sienten por este deporte, los hinchas disponen de múltiples abalorios para colgar o pegar, siendo las partes más visibles del vehículo, lógicamente, las seleccionadas. Mis preferidas son las pegatinas Prius Repellent (Repelente para Prius) y una suerte de testículos de plástico colgados del parachoques trasero.

Deporte de alta competición, no cabe duda.

lunes, 24 de octubre de 2016

Música para estos tiempos

Hace unos días nos surgió la duda. Quién había vendido más grabaciones si Bruce Springsteen o Billy Joel. Yo apostaba por el neojerseíta pero resulta que, aunque por poco, el ganador es el neoyorquino.

La producción de Billy Joel, si bien es conocida, quién no recuerda la canción del Hombre del piano en voz de Ana Belén, me parece que apenas tiene tirón en España. Y francamente es una pena, porque Joel, simplemente, no parece de este mundo.

Repasando su discografía he desempolvado Shades of Grey, (Gama de grises), ineludible para los tiempos que corren.

Deportes nada recomendables: primera parte

No tengo cuerpo de deportista, lo reconozco, pero soy humana y disfruto con las proezas de otros. No desdeño ninguna actividad, aunque, como cualquiera, tengo mis preferidas. La resistencia de Haile Gebrselassie siempre me ha dejado con la boca abierta y la capacidad de atletas como Tamae Watanabe, que, a la friolera de setenta y tres años, ha sido capaz de subirse y bajarse el Everest, superando el récord del año anterior que ella misma estableció, me llenan de espanto y envidia.

También valoro la pericia que actividades como el golf requieren. Quién no se habrá quedado maravillado con el Tiger Woods de tres añitos pateando como si tuviera diez. Pero quizás sea la naturaleza conservadora de esta ocupación lo que más me aleje de una rápida acogida.

Mi reticencia probablemente se deba a los perjuicios medioambientales que suelen acompañar esta práctica, aunque reconozco que la imagen, seguramente estereotipada, del proctólogo preguntándole al gastroenterólogo dónde fue a caer la bola, tampoco es que ayude mucho. Déjenme aclarar que en Estados Unidos se tiene la idea de que los doctores se pasan las tardes de los miércoles en el club de golf con sus compañeros de gremio. No sé quién difundió esta fábula. Probablemente algún cliente poco satisfecho.

En esta trayectoria descendente la caza ocupa un lugar menos honroso, tal vez porque, durante años, la vista de cartelones escritos a mano, degradados por rayos cósmicos anunciando "Pierde tus armas y perderás tu libertad" me han ensañado. Tampoco es que los cañoneos de balas de temporada hayan contribuido a mejorar el concepto que profeso por dicha actividad, lógicamente por la víctima, el animal, y por las gentes que, como yo, vivimos acostumbrados, que no inmunizados, a las descargas.

En Estados Unidos la caza cuenta con gran cantidad de adeptos. Recuerdo que, cuando era profesora en Pensilvania, los chicos me pedían que cancelara las clases porque se había abierto la temporada, que, por cierto, nunca tenía fin. Conseguir una licencia de caza no es difícil y a los doce, siempre y cuando se esté acompañado de un adulto, ya se considera que se está listo para pasar unas cuantas horas detrás de un árbol.

Thoreau no hubiera estado más de acuerdo con la autoridad expedidora. Cuanto antes, mejor. Al joven hay que destetarlo de su instinto asesino, pensando que, solo así, podrá alcanzar la madurez emocional y moral. Admito que estas reflexiones me intranquilizan ligeramente porque, o bien los cazadores son menores acompañados en su proceso formativo, o simplemente son adultos que no superaron las pruebas y andan aún en la fase del destete.    

Estoy convencida de que algunos se apresurarán a extraer una lectura procomunista y antiamericana de esta confesión. Qué le voy a hacer. Seguramente no llevo muy bien que, como senderista, tenga que seguir las recomendaciones de algunos parques en los que se advierte que el uso del chaleco antirreflectante no está de más.

Quiero pensar que con este estímulo la posibilidad de que se nos tome por ciervo quedará totalmente erradicada. No sé si lo habrán probado, pero en invierno y en verano la puesta del chaleco es totalmente insufrible. En invierno porque ya lleva una suficientes capas encima como para añadir una nueva dimensión a esa masa difusa en la que ya se ha convertido y que, a duras penas, se abre paso en la nieve. Y no es por cuestión estética, no, pues a diez grados bajo cero andamos todos hechos unos cristos.

En verano el calor y la humedad simplemente hacen abominable esta prenda, convirtiendo al que la lleva en una insalubre rojez que solo beneficiaría a doctores, aquí salen otra vez, y a las aseguradoras médicas. Nadie escapa de las erupciones cutáneas, lo que requiere una visita al dermatólogo, segunda tras la forzosa parada y fonda en el médico de cabecera para que, efectivamente, atestigüe y cobre por la comezón.

En las estaciones restantes es más ponible pero aun así, ¿por qué debe uno estar sujeto a dicha incomodidad si solo pretende pasear, respirar tranquilidad, pensar, tal vez desfogarse, pasar desapercibido en lugar de berrear su presencia?

Dentro de poco, ¿un casco para repeler los tiros perdidos será parte del ajuar? Buena puntería, como siempre, para el mercado. Y no nos olvidemos de los doctores. Ni de las aseguradoras.